Ayer, nosotros que somos todos, hemos mirado doblemente a través de los ojos de la derrota. Doblemente porque si hemos caído viendo un fútbol que nos recordó a nosotros mismos mientras nos humillaba, también hemos dado el último paso para terminar de enfrentar la decadencia de nuestra institución. Existe la derrota evidente, esa de los once contra once, de la anécdota que los espíritus famélicos de gloria quieren transformar en historia, esa que permanecerá como un mal trago cubierto por el manantial de alegrías que llevamos en el corazón. Porque esto es Colo-Colo, y Colo-Colo es Chile, esto no puede ser deshecho por cinco goles, ni por un ejército de hinchas que aprendieron las canciones hace un año, que agotan camisetas llenando los bolsillos de la UDI como nunca, que se sienten dueños de una pasión que no les pertenece. Existe esa derrota, y duele hoy como dolía ayer, pero ya mañana será menos porque sabemos que el fútbol va y viene, y si ahora apretamos los dientes, recordamos cómo en 87 años hemos sabido ser campeones.
No me interesa, por eso, defenderme de la lechuza artera que utiliza discursos manoseados para naturalizar lo contingente. Ganaron, y ganaron bien, cómo nunca antes, y se merecen la felicidad de hoy. Quizás algún día aprenderán cómo funciona el oleaje de la gloria: aún son mares desconocidos para ellos. Lo que me importa, en cambio, es la segunda derrota. Esa que se ha gestado por una década o más, desde que el hincha de San Carlos que se sienta en La Moneda levantó el proyecto de ley de Sociedades Anónimas Deportivas. Me interesa esa derrota en la cual hemos cedido mucho más que cinco goles, se han jugado mucho más de noventa minutos y hemos perdido mucho más que tres puntos y unas cuantas lágrimas. Por ahí dicen que hay cosas que el dinero no puede comprar, pero hemos vendido barata nuestra identidad.
Cuando el año 2002 campeonamos en la quiebra, los estadios se llenaron una y otra vez porque el pueblo acudía en ayuda de su cacique. Entonces apareció el corazón que nos ha hecho orgullosos y se levantó la copa contra el equipo del barrio alto. Sería el último triunfo de Colo-Colo en libertad; al final, no importó nada, y el 2005 la derecha cumplió una vez más el objetivo de siempre: controlar el equipo insolente del pueblo. Eso sí, ésta vez tenía un seguro de vida, pues se encargó de aplastar el Club Social y Deportivo con una maquina empresarial llamada Blanco y Negro, que podría gestionar el patrimonio colocolino sin necesidad de prestar atención a la voz de los socios. El resultado es evidente: de los miles de albos que constituían el padrón del Club hacia los años noventa, sólo quinientos podían en la última elección que ratificaba al directorio de la Corporación. Esos quinientos votaron por Cristián Varela, el mismo que firmó el contrato que lanzaba a Colo-Colo a la bolsa, que arrendaba los equipos de grabación al Canal del Fútbol, que se encargó de acosar Barticciotto despidiéndolo de CDF, y que ayer fue el único incapaz de asumir responsabilidades en la vergüenza vivida en la cancha.
El dibujo es simple, y mucho se ha escrito sobre esto. La hinchada colocolina no tiene peso efectivo en las decisiones que se toman respecto del equipo, el Club está relegado a un plano secundario, los socios carecemos de beneficios, y al empresariado que dirige Blanco y Negro parece tenerle sin cuidado la decadencia deportiva. No existe un plan futbolístico para el plantel de honor, las inferiores parecen deprimidas y del extranjero llegan jugadores que terminan reforzando solamente la frustración. Las asistencias al estadio bajan, pero las entradas suben. Los técnicos desfilan uno tras otro culpando a sus antecesores de los problemas del equipo. Paredes se mata en la cancha y Mena se queda calvo mirando desde la banca, y entonces recibimos cinco goles con el color del fracaso. Y de alguna manera, estos señores que se sientan a la mesa de Blanco y Negro han logrado evadir toda responsabilidad: si el equipo anda mal, son los jugadores que no corren o los técnicos demasiado pragmáticos; si la galería no se llena, es la violencia de un grupo de delincuentes que aterrorizan a la “ciudadanía” –palabra de moda- con un bombo y unas banderas. Las acusaciones que han surgido son distintas: algunos han señalado que la estrategia de vaciar los estadios apunta a fomentar la contratación del Canal del Fútbol y obtener réditos por derechos de televisación; otros han dicho que los empresarios controlan los ciclos de auge y decadencia de los equipos grandes para hacer fluir el mercado asociado, otros que es simplemente una forma de evitar la manifestación del pueblo como sujeto colectivo. Eso es lo menos importante. Lo importante es que nosotros hemos sufrido una derrota que significó dejar de ser hinchas y comenzar a ser clientes, y en el capitalismo neoliberal el empresario gana y el cliente pierde, sobre todo cuando el cliente no vive en Las Condes.
Ayer en la cancha, todo pareció tocar fondo. Vílchez pegado contra la línea de fondo trataba de inventar un amague que no es lo suyo y la pelota se le iba al córner. Cómo leí en algún lugar, esa fue la imagen perfecta de lo que ha sido la gestión de Blanco y Negro en Colo-Colo. Recordemos que el último ciclo de victorias albas comenzó el 2006, con un plantel de jugadores que precedía a Blanco y Negro y que estaba constituido por juveniles formados en el proyecto Colo-Colo 2000 de fines de los años noventa. Cuando se acabó la inercia, llegó la debacle. Y al empresariado no le importa, si de todas formas no es su equipo. Ahora comienza la película otra vez: Pizarro despedido, Pérez de vuelta a las inferiores, los jugadores sienten vergüenza y Varela culpa a Levy, que ya se fue. Pero si Basay, Gallego, Barticciotto y Astengo fracasaron, y si Olivi, Vílchez, Aránguiz y Magalhaes juegan bien en otros equipos, ¿no será otro el problema? ¿Y ahora qué? El corazón de Colo-Colo es su gente, esa que llenó los estadios desde 1925; por eso, cuando ByN sacó a la gente del Club, el equipo perdió su corazón. El pueblo, sin embargo, no ha dejado de ser tricolor, y si el himno dice que nuestro destino tiene una antorcha inmensa de gloria, entonces es nuestro deber reconstruirnos. El Club existe, y podemos recuperarlo le duela a quien le duela. Quizás no sea garantía de copas, ni de goles, pero sabemos bien que Colo-Colo es grande por las banderas que flamean en los techos de las casas, y que las vitrinas repletas de gloria son consecuencia y no causa. Esta es la institución más grande, bella y gloriosa del país, y no podemos dejar que la derecha nos la robe.
Quiero dirigirle este último párrafo al chuncho que cree que ahora al fin es cómo nosotros (¿por qué, no sería mejor andar a tu pinta, si eres tan grande como dices?). La alegría que sientes hoy no mereces que nadie te la niegue, la verdad es que no conoces el lugar en donde te encuentras, y deberías disfrutarlo. Pero si a Colo-Colo lo despojaron de su espíritu, si nos tienen contra la pared, arrinconados en una corporación vacía y sin beneficios, tú estás igual o peor, porque ni siquiera tienes la CORFUCH como un espacio de reconstrucción. Has tenido un buen año, sin embargo, que quizás muchos podrían envidiar. Espero, eso sí, y pese a la rivalidad, que no te vendas por este par de copas, ni por el estadio que te construirá la UDI en los próximos años. Porque aunque no podamos pelear juntos jamás, en esta lucha vamos a estar del mismo lado. A ti también te quitaron los bombos, las banderas, los votos, tu sede, y te transformaron en cliente. Y si el capital especulativo nacional ha acertado más con tu gestión en los últimos años, no hace ninguna diferencia. Hace tiempo, el estadio fue un lugar desde donde se podía resistir, al menos de palabra. Es un deber de todos los hinchas del país recuperar esto, porque el fútbol es del pueblo, y por algo la católica siempre va segunda.
Fuerza, Garra y Corazón, compañeros y compañeras colocolinxs.
Con la fuerza del canto venceremos.
Por OKINA http://www.dalealbo.cl/foro/campeonato-apertura-2012/98689-bueno-esto-lo-escribi-hoy.html
